Bueno, hice el solemne juramento de que la imagen del post anterior debía tener un historia a la brevedad posible, y pues pa' eso es esto.
Lo cierto es que es una historia bastante ñoña y ocurrió hace más de un mes, pero contrasta con el popst inmediatamente anterior; de hecho mi intención era hacer notar que soy bien incongruente y que ahora sí me dió por ser más sociable.
Ok. Todo sucedió un fatídico lunes en el que no tuve clases, era día de asueto; mis amigos de la carrera de informática también desncansaban de su trabajo ese día. Se había apalabrado que nos veríamos este día tal vez para ir a patinar, sin embargo fue un plan tan vago que yo creí que ya no se iba a hacer. Pero sí. Al cuarto pa' las once del domingo (el día anterior) me hablaron y me dieron hora, lugar y ultimatum de que me presentara sin protestar.
Fui. Llegué tarde, aunque no es mi costumbre llegar tarde, pero pasa de vez en cuando. Nos reunimos en el metro y de ahí salimos a buscar el camión apropiado que nos llevara a una pista de hielo de dirección imprecisa. Caminando, dando vueltas, preguntando, llegamos a una pista de hielo allá por el sur de la ciudad de México y una vez que llegaron los rezagados, ya todos reunidos, entramos a patinarle.
A través de un módico pago prestósenos patines y diósenos acceso al área de la pista. Como novatos que éramos, ya dando el primer pasito adentro del hielo, nos pareció la cosa más resbalosa del mundo, por lo cual decidimos entrenar nuestras tiernas habilidades de patinaje dando una vueltecita agarrándonos de la pared. Y aún así se cayeron.
Yo no me caí mientras me sostuve de la pared, así que poco a poco fui tomando más confianza y me solté y fui agarrando velocidad.
Andando en esas, me caí una vez; con una rodilla y una mano, pero no fue nada estrepitoso. Sin embargo no escarmenté y me atreví a seguirle aumentando la velocidad. Fue en ese acto de osadía dónde ocurrió la caída, la chida, de esas en que no te levantas con dolor sino con vergüenza. Algo así me debí haber visto:
Trastablillé, se me atoraron la patas o no sé como fue, pero cuando sentí ya iba yo de hocico hacia el hielo y con una pata hacia arriba. Metí la manos (gracias al cielo) y creí que al tocar mis manos el hielo se frenaría mi caida, pero no: el hielo no te detiene; y hasta que toqué el hielo con la panza me detuve; por una fracción de segundo, mientras yacía embarrado e inmóvil en el suelo, me sentí como ballena descarrilada.
Ya con las manos raspadas y con el orgullo desacomodado pasó una chava que era instructora a recoger mis restos; me ofreció su mano pa' levantarme y me dijo: -¿Estás bien?-. -Sí, nada más me raspé- le dije. Eá pues, me levanté, me sobé, me acomodé el orgullo y patiné hasta una de las áreas de banquitas. Ya después de un rato se me quitó el miedo y volví al hielo; me volví a caer una última vez pero esta vez ya no fue de relevancia. No mucho tiempo después de eso nos fuimos de la pista, fuimos a comer.
Después de la comida concluyó la reunión y nos repartimos hacia nuestras respectivas casas no sin antes quejarnos, cual ancianitos centenarios, de los múltiples dolores que sentiamos en las piernas, en los brazos, en las rodillas, en el abdomen y hasta en la ingle.
A mí el dolor me duró una semana completa. Sin embargo, pesé a todo, ignorando los fuertes dolores, me gustó mucho ir a patinar.
A ver si mis ancianos amigos se animan a ir otra vez. :P